I
Aquella sería para siempre la casa del padre,
donde el tiempo no existió y los paisajes son
mágicos recuerdos. Allí transcurrieron los años
de la infancia –entre amor y despedidas–
con su presencia constante y protectora.
He regresado hoy
recobrando paisajes
a la casa perdida
en el filo del tiempo.
Allí estaban los años
de tristeza y de juego,
las nostalgias heridas
de mi madre y su ausencia,
las tardes de verano
bajo el nogal antiguo
de canciones y cuentos.
Allí estaba el misterio
de las viejas alcobas,
el desván polvoriento
con el eco sonoro
de temores y risas,
la soledad atroz
de tanta despedida.
Y todo lo cubría
la presencia de ella,
amorosa y distante,
como diosa que sabe
acariciar la aurora
—constante su palabra
inventando mi mundo—
o amasar los silencios
en la casa perdida
en el filo del tiempo.
V
Al lado del pozo estuvo siempre el viejo
nogal, altivo e inmóvil al paso de los
días. En verano, a su sombra, contábamos
historias o bailábamos las tabas.
Apenas queda nada
de mi mirar de niño
ni queda apenas tiempo
testigo de los días
cuando sin más ni más
allí fuimos felices.
He buscado en el último
rescoldo del invierno
y en las vasijas tristes
quebradas por la espera,
en el vértice mismo
del recuerdo olvidado
y en la vieja memoria
verdecida de hiedra,
he buscado sin rumbo
un atisbo de nada,
un resquicio de vida
en el umbral del miedo,
y sólo a ti te encuentro,
viejo nogal, eterno.
Ramón García Mateos
(De "Triste es el territorio de la ausencia", 1998)
También en:
García Mateos, Ramón. Rumor de agua redonda (Antología 1998-2010). Salamanca: Diputación de Salamanca, 2010
Fotografías: Ramón García Mateos