viernes, 22 de julio de 2011

Fábula de los Goliardos, de Alfredo Gavín Agustí

Para Ramón, Pepe y Manuel, sin el olvido de nadie.



Hombres que besan a hombres antes de la batalla.
Hermanos ante el incierto aviso de la fama o la muerte que se esconde tras los telones.
Hombres que entran al ruedo del encanto y la fábula y abren el interruptor del amor, para que vayan dando luz los corazones y música las historias,
que pulsan una cuerda o una voz
y dan paso a un desfile de colibríes danzando en las bocas de las madres,
y acaso, como el que no espera nada, aparecen países enteros como Portugal en una sílaba,
y se extienden alas que sobrevuelan las infancias con sus misterios cruzando entre los bosques,
y se embarcan doncellas hacia la mar amarga,
y vuelven los vencejos a disparar certidumbres,
y tiemblan como un Adriático las luces de las esquinas donde nunca se cometerá un crimen.

Las palabras dichas con afecto expulsan a los demonios.
Los versos dichos con deseo son un juego de mujeres bañándose en el río.
Los hombres que cantan juntos espantan a la muerte.

La voz agachada de Pepe,
que se encierra en el claustro de las encinas para desgranar el oro de su penumbra,
recoge en un pañuelo las viandas que se llevan a la cárcel,
un tabaco perfumado por las lágrimas del sentimiento,
un pan seco que hace fuerte el cuerpo incólume del humo en las entrañas,
una razón de libertad escondida en el pecho de un pájaro, para que el guarda no diga,
con un tono de sospecha y amenaza: “¿quién pía aquí?” “¡aquí no pía ni dios!”

y eso es una redención,
la redención de una pena para que los inocentes salgan de sus casas encaladas,
y vuelvan los niños a rendir un homenaje al río salpicando de barro el corcel de la tarde,
para que las niñas sigan trenzando su pelo limpio aun entre las mugres del rock duro,
para que yo haga una pausa entre las tenazas de mis deberes y las servidumbres de mis
tenazas, y tal vez atisbe un cárdeno sol desde el balcón abierto de la montaña.

Ramón, que es mayor que un parto,
más alto que todas la culebras juntas que quieren morderle los pies,
más maduro que un océano con todas sus algas y todos sus peces y todas sus aves que lo revolotean,
brega con el agua de los pozos que apagan la sed,
rinde su estatura de guardián de la memoria para que esa agua llegue a todas las bocas,
las sinceras y las equívocas, las ofídicas y las benéficas,
sin que haya en él ni error ni fatiga, pues no se cansa quien se sabe digno de una misión.

Manuel, que tiene la alegría de la hojalata en las calles empedradas,
domestica al gato con el humor del perro y al perro con el son del loro.
Después salta como un jilguero por encima del dolor
-acróbata de las llamas indocumentadas-
porque se sabe que no es un erudito de la pesadumbre,
ni está hecho para sus menesteres,
ni aspira a detentar una cátedra,
ni a tener el prestigio que este país otorga a la tristeza.

Yo los veo a los tres, cómo erigen su elemental tinglado de ozono,
-improvisados nómadas montando su refugio de miradas-
cómo se besan como hermanos o primos o guerreros o actores o príncipes antes de salir
a la desnudez de sus músicas, de sus palabras,
y entiendo que se entregan a una ceremonia pobre de materia, rica de ilusión,
de la que, tal vez, los que somos espectadores, gorriones de plaza arbolada,
salgamos más podridamente sentimentales, más consolados.

Brindo por ellos con el vino que no bebo
por la sencilla verdad que sí tienen y que ellos reparten
como hacen los desiertos con sus criaturas invisibles.

Alfredo Gavín Agustí





ALFREDO GAVÍN AGUSTÍ nace en Riba-roja d'Ebre (Tarragona – España). Expresa su creatividad mediante la palabra y la imagen plástica. Ha publicado los libros de poesía Ceremonias de paso (1992), Decir buenos días nuevamente (1997), Sonetos de la intemperie (2001), El som¬ni d’un riu (2002), Allí donde el amor (2003), Els castells de la memòria (2008), Mirall de la metròpoli (2008), El hijo de Clint Eastwood (2011), y ha participado en diferentes libros colectivos: Pasión primera (1984), Homenaje a Vicente Aleixandre (1985), Poemax (1999), Tempestades de amor contra los cielos, Homenaje a José Agustín Goytisolo (2000), El Jaikú en España (2002), La ciutat pels carrers. 27 mirades sobre Tarragona (2002), Palabras frente al mar (2003), Cambrils retrat amb paraules (2005). En la vertiente plàstica ha ilustrado varias portadas de libros (suya es la imagen que ilustra Rumor de agua redonda (Antología 1998-2010) de Ramón García Mateos), poemas y revistas como La poesía, señor Hidalgo. Ha expuesto sus tintas y acuarelas en diferentes espacios de Tarragona.