martes, 11 de septiembre de 2012

Rumor de agua redonda, por Juan López-Carrillo




Rumor de agua redonda (Antología 1998 - 2010) de Ramón García Mateos no es una antología poética de Ramón García Mateos,

tampoco el montacargas de lignito que lo eleva hasta la Luna en las fiestas de guardar. Desde allí, el poeta nos observa como las criaturas que un día fuimos, ya inanes, hasta que la mano de ajenjo, romero y wolframio nos vuelve a dar forma y sentido;

tampoco el hontanar de poesía forjada con vista, oído, olor, sabor y tacto; 

tampoco Claudio Rodríguez, Paco Ibáñez, Blas de Otero, Juan Carlos Mestre, Nicanor Parra, Rafael Alberti, Ramiro Pinilla, los Goliardos, Nancy Morejón, Miguel Hernández y José Hierro tomando vino, café, whisky y aguardiente en la Plaza Mayor de Salamanca, discutiendo sobre si Cerralbo fue antes o después de Ramón García Mateos, minutos previos al inicio de la Vuelta Ciclista a España. 

tampoco la boveda de una ermita que aspira a catedral y se derrumba en año bisiesto; 

tampoco el agua del pozo que sale fresca y belicosa por las mañanas y que el poeta bebe apoyado en el brocal, con gesto de torero antiguo, mirando hacia ese horizonte que un día le llevará a Tegucigalpa, pasando por Paris y haciendo noche en Atlanta. Nada queda lejós del verbo ni de la oración copulativa, siempre dispuestos a levantar un mundo nuevo; 

tampoco una canción de José Alfonso, de Moustaki o de Chicho Sánchez Ferlosio mientras los niños meriendan pan con vino tinto y azucar o con una onza de chocolate. 

tampoco la memoria calcarea de los muertos, convexa tras lamer el óxido de calcio de los huesos, fragmentos de esqueletos que yacen ocultos bajo el hormigón de la tragedia, hundidos ya para siempre los andamios que sostenían el jenjibre y el amaranto, los paseos por Zamora, Granada, Salamanca, Roma, Buenos Aires, Lisboa, Segovia y el malecón de la Habana, y el dulce beso que llega al mediodía antes de que se pudra el tiempo; 

tampoco la lengua castellana, generosa, abierta de piernas a la curiosidad infantil, cuando esta descubrió, subida a una hipoteca, que todo quedaría bajo el manto de la palabra. 

tampoco el poeta durante los meses de julio y agosto, sosteniendo sus entrañas en las manos –antes de ponerse a escribir–, las visceras que nunca nos mostró, higado, corazón, pancreas, estómago, pulmones, intestinos... órganos que los demás sólo intuimos tener y que dan al cuerpo la sustentación real y a la certeza, su saber. Ramón lo descubrió hace tres mil años, por eso abre los ojos, te mira a la cara y torna a escribir;

tampoco el que él sepa quien es, y sepa de donde viene, y sepa cual es su sitio, y sepa porqué escribe. Yo también descubrí quien es, nadie se llame a engaño. 

tampoco Cesar Vallejo, Félix Grande, Federico García Lorca, José Agustín Goytisolo, Antonio Carvajal, Antonio Machado, Ignacio Sanz, Fernando Pessoa, José Antonio Labordeta, Aníbal Núñez, Rafael Guillen y Fray Luis de León, dando voces por las calles de Reus, discutiendo sobre el Cántico Espiritual de Juan de Yepes, buscando en la madrugada algún bar de mala muerte tras perder el tren de la anochecida; 

tampoco la Semana Santa de Sevilla, encarnecida, hecha forma en la figura de María de Magdala, mientras dos camareros lloran desconsolados frente al televisor; 

tampoco un niño con cabás que orina desde la copa de un nogal, meándose, mediante hermosa parábola, en la boca de la ignominia y de la injusticia sempiterna. El tomillo y la copla, las sabinas, los romances, los olivos, las amapolas, el soneto y la nana, los jarales, el romero y el espliego envuelven y abrazan al chiquillo, extienden su manto y lo ascienden con aromas de tierra y con voz de pueblo, por encima del castillo de la Rosa de Jericó. El niño, feliz, tararea una canción que estremece a la muerte; 

tampoco los paseos con Gerard Vergés por Cambrils, haciendo parada en la Ampolla, mientras la raíz de la mandrágora se hundía cada vez más en la insoportable levedad del verso y se dejaba caer expectante en El jardín de las delicias del Bosco. Mientras tanto, al sur, en Alcoy, Vicent Andrés Estelles y Ovidi Montllor mezclan en el mismo vaso, un chorro de anís, otro del Canto General de Neruda y otro de coñac; es la hora del crepúsculo, del orín y la sosa caústica, 

tampoco el filo de una navaja de afeitar que se mueve impaciente entre las ingles, como una fría lengua deseosa de saborear la merecida sangre; 

tampoco el claustro medieval desde el que Ramón Oteo daba clases a sus alumnos hablando de Garcilaso y del Lazarillo, de Quevedo y de Góngora, de Cervantes y de Jorge Manrique, y donde Ausiás March, años antes, recogío la flor de azahar de sus naranjos. En las paredes de las galerías de ese claustro hubo inscripciones grabadas en mármol dedicadas a Lope de Vega, Cervantes, Quevedo y Calderón, y una mano xenófoba, conservada en zotal, las mandó retirar y ocultar; 

tampoco el poeta que desde los medios mira con gesto altivo y sosegado al tendido y a las gradas, momentos antes de igualar a la muerte, instantes antes de entrarle con genio y valentía, tras escribir con almizcle y cal: mortal y revivido para siempre; 

porque Rumor de agua redonda (Antología 1998-2010) de Ramón García Mateos no es una antología poética de Ramón García Mateos, 

es la razón concava de todo lo anterior antes de ser escrita su primera y última página.

Juan López-Carrillo