Este tiempo nuestro, suma de instantes que quisieran conducirnos hacia la vaciedad moral de un positivismo transformado en norma de vida y de conducta, considera inútil toda sabiduría cuyo objetivo sea el de restañar las heridas del alma. La poesía ha caído en desgracia porque no hay tarea más inútil que reconocer y construir el mundo en el cauce de un verso cuando nos han robado incluso, desde la insipidez de lo trivial, el valor último de las palabras. Pragmatismo y nimia banalidad para una época de profunda estupidez intelectual y simpleza ideológica.
Socialmente es un prestigio ser notario o registrador de la propiedad, oficios tan inútiles como el de poeta aunque, eso sí, mucho más peligrosos, sin embargo delinear endecasílabos es labor excéntrica y propia de la marginalidad, ya que, no lo olvidemos nunca, el lugar del poeta es siempre la intemperie. ¿Por qué, entonces, alguien puede dedicarse a una tarea tan aparentemente baldía como pergeñar versos? Seguimos forjando poemas porque sentimos en la espalda el aleteo de la muerte, porque la palabra nos salva de nuestra propia miseria, porque es camino de conocimiento que serpea hacia nosotros mismos y se desdobla hacia los demás, porque posibilita el traspaso de los límites que la razón ilustrada ha puesto a la palabra trascendente…
Por eso seguimos escribiendo versos, para que alguien, algún día, enjugue con ellos su corazón ensombrecido.
Ramón García Mateos
"Por eso seguimos escribiendo versos, para que alguien,
algún día, enjugue con ellos su corazón ensombrecido".