domingo, 24 de julio de 2011

Reseña de "Rumor de agua redonda" de Ramón García Mateos, por Rafael Morales Barba

RUMOR DE AGUA REDONDA (ANTOLOGÍA 1998-2010) O LA TERNURA DESASOSEGADA DE UN SENTIMENTAL

Las auto antologías líricas suelen mostrar parte de lo mejor de un escritor desde el punto de vista del autor y son, como cualquier selección, un asunto complejo por lo significativo de laelección en relación con el tiempo del poeta. Ramón García Mateos (1960) ha sabido darnos su punto de vista sobre sí mismo y coincidir con la arteria principal de la poética de la segunda mitad del XX, lo desolado en sus fórmulas y matices. O si prefieren, ha sabido escogerse de entre su ya dilatada obra ante los ojos del lector con su pesadumbre rememorativa o impulso de muerte, corrobora el ajustado prólogo de Ángel Prieto de Paula, como un hijo de su tiempo. Aunque sólo en parte. Sí, por supuesto, está lo fundamental del momento como mal o marca de época, la melancolía y la mirada pensativa, que ha sustituido paulatinamente al nihilismo esencial (o el lanzarotismo de Sánchez Robayna) con que José Ángel Valente reinterpretó el existencialismo de posguerra hacia el ascoltare il silenzio, o el canto de lo matérico desolado de las poéticas del silencio. Una perspectiva que atañe en los 90 a los discípulos de Wallace Stevens como los metalingüísticos Antonio Méndez Rubio, o a poetas de diferente signo como Lorenzo Oliván. Pero la melancolía como herida viene en versos en el tránsito del 80-90, aquella que Richard Burton en 1621 recuperara para sus pocos lectores de entonces o de cuyos efectos malignos avisara un famoso grabado de Alberto Durero. Ya lo hemos dicho alguna vez. Salvo excepciones un fantasma recorre mayoritariamente en el número de versos desolados casi todas miradas en la madurez desde cuanto hemos llamado poesía de la edad. Pero también como preocupación reinsistente y prioritaria frente a lo lúdico o lo circunstancial, pues el dios Tiempo y su novia Tristeza están muy presentes desde los años 80, promoción de nuestro poeta. Miren si no los ejemplos de Felipe Benítez Reyes, Juan Lamillar o Carlos Marzal, Antonio Moreno, Antonio Cabrera etc. Ramón García Mateos no es en este sentido una excepción. Hay una marca de época que les diferencia de los jóvenes del 2000, los nacidos hacia 1975, que hemos llamado poéticas del fragmento y más o menos antologadas en Deshabitados por Juan Carlos Abril, donde la ironía sirve de escudo.

Ramón García Mateos se presenta en esta antología con el sello timbrado y generacional del compungimiento, o de las poéticas de lo desolado ma non troppo, pues no es un catastrofista, sino un sentimental pugnando con memoria y olvido igualmente (aunque a veces el imán compungido le prenda férreamente). Preguntando o buscando las palabras que nunca volverán… En efecto ahí está buena parte de su época, que a veces adopta salones de la nostalgia y otras los recogimientos de las paredes blanqueadas de Zurbarán. Ahí está el asunto de fondo, como hemos anticipado, melancólico. Pero igualmente hay una fuerte correspondencia con su tiempo desde los metros. Así hay poemas en prosa, proemas, por decirlo con Francis Ponge y Octavio Paz, y versículos donde a veces encontramos callados homenajes a Juan Carlos Mestre, pues su perspectiva tropológica se ancla en el asociativismo irracional clasicista, sin temor a desbordarse en palabras (sin embargo no es un logolálico, ni un ashberyano, ni busca esos juegos lowellianos). Pero además trae, y eso le diferencia de muchos contemporáneos, una variedad estrófica enorme en palos menores y mayores, como el olvidado soneto, donde conjuga a veces esa pulsión de muerte o melancólica con el ejercicio de la composición clásica. Lo cual es muy inusual al día de hoy e incluso tiene beligerantes enemigos, y construidos espléndidamente, con cénit, en Tal vez el gesto último prevenga. Pero no solo expone reflexión abstracta sobre una actitud existencial como en el citado ejemplo, sino también la concreta sobre lugares y rostros que se olvidan, o mirados con ternura en los derrotados de todas las batallas en el arrabal de senectud. También hay un poeta social ahí desde una mirada nueva y fresca, actual y atenta, conmiseratoria y denunciadora, en esa mezcla de melancolía, ternura y denuncia con espléndidos poemas como Mira esa plaza con palomas ciegas. Estamos pues ante una antología necesaria y significativa que faltaba.

Pertenecen los versos de García Mateos a ciertas obsesiones recurrentes tal y como suele ocurrir en los escritores que no impostan: el paso del tiempo, el olvido del dolor y la memoria hiriente, (Venid todos), la añoranza (el estupendo versículo del proema en Nieva tras los cristales, donde el contemplativo muestra oficio). El mismo que se eleva decantado e intenso también hacia eros en una de las joyas del libro Poema del cuerpo y del abismo de explícito nombre. Pues siempre es habitado por el huérfano este hijo del dolor y la herida, al poeta buscando lo que perdí e intentando sanarlo con este bálsamo de Fierabrás de la escritura (a veces oterianamente a contraverso). Muy verosímil y con un corazón en la mano sabiamente filtrado por el oficio, este deseoso de olvido, siempre doliente e insatisfecho, reclamando un presente sin memoria o iluminarse de calma y mediodía, trae toda su aventura y dolor como inventio, bajo el paraguas de los nuevos modos. Plenos de lecturas pronto acalladas hacia registros propios como en los ejemplos dados. Estamos fundamentalmente ante un poeta que nunca versifica, y prefiere mostrar sus orígenes lectores, que traicionar su mundo personal. O el fiel desasosiego con que se nos acerca casi siempre dolorido. Inconformista, apasionado y reflexivo, grave y añorante (hermosísimo homenaje a Claudio Rodríguez en Esta triste mañana, de septiembre), llega Ramón García Mateos trayendo y dejando neologismos y perspectivas, lo clásico y lo posmoderno, sin caer nunca en lo huero o en lo hermético sin duende…y nos ofrece este libro echado en falta desde hace mucho tiempo y a un poeta con mundo propio. No muchos pueden decirlo.

Rafael Morales Barba