miércoles, 19 de septiembre de 2012

"Sobre Baza de copas. Ajuste de cuentas de Ramón García Mateos", por Maribel Moreno




            Resulta evidente por qué nunca jugaré una partida de cartas con Ramón, poeta de pluma dulce y tiro certero: a nadie le gusta saberse vencido a priori.  Prefiero, sin duda, como buen crupier, barajar y cortar las cartas a mi antojo, como hago ahora con esta su Baza de copas.

            Barajo sus cartas con maestría, cual cascada incesante por la que asoma el paso del tiempo que no conoce de historia mesurable, al igual que la muerte. Muerte de la sota, del caballo o del rey, del padre, del poeta o del amigo. Descienden por las aguas de timba todos aquellos que nunca tuvieron no ya lo que algunos denominan patria, sino hogar y que, errantes, caminan eternamente de la mano de la palabra y de la poesía que no descansa en ninguna mesa ni se aloja en pluma alguna.

            Tras los primeros cortes de la baraja, dispongo sus cartas sobre el verde tapete dibujando círculos alrededor de una, escogida al azar: el as de copas. Como anillas que amaga el tronco de un árbol, ejercen sobre ella fuerzas no sé si centrífugas o centrípetas, pero siempre a merced de la intensidad de los sentimientos. Al girarlas, sus cartas cuentan mágicas historias de personajes deliciosamente descritos, como Fabián Minguela o “El Sarda”; hablan de familia, paisajes y recuerdos de unas tierras que aún saben a niñez y a aventuras de juventud; dibujan, desnudos y humanizados, célebres poetas; fantasean sobre el sexo y el deseo, algunas veces -pocas- de forma sugerida y muchas de manera expresa; ensalzan la amistad (insuperables las palabras dedicadas a López-Carrillo); se indignan ante la injusticia y el abuso de poder; critican la religión y lo ruin del pensar colectivo; transcriben magistralmente cotidianas conversaciones de bar o de consulta de médico; narran bellísimos poemas en prosa de gran dramatismo; nos deleitan con su exquisita riqueza léxica y plástica; consiguen, desde la aparente simplicidad de un juego de naipes, que la emoción reverbere en nuestro interior como lo hacía en las pupilas inertes de Gaudencio. 


Maribel Moreno